19 abril, 2024

“Imposible… nunca podré hacerlo”

“Jamás perdonaría algo así…”

“Nada más quiero ver casada a mi hija y, si quiere Dios, que ya me recoja”

“¡Me vas a matar de un infarto!”

Siempre he creído que las palabras tienen poder, a tal grado que pueden afirmar lo que deseas o no deseas dependiendo de la intensidad y seguridad que impongas.

Lo mismo sucede cuando alguien utiliza esas mismas afirmaciones en positivo:

“Si otro pudo, ¿por qué yo no?”

“¡Claro que voy a salir adelante con este problema!”

“No me daré por vencido”

Las palabras no se las lleva el viento. A través de la repetición se quedan enganchadas en nuestra mente y en nuestro corazón y van dirigiendo sigilosamente nuestra vida, para bien o para mal.

Cuando las usamos a nuestro favor, no siempre sucederá lo que tanto anhelamos, pero nuestra actitud será siempre mucho más positiva que quienes las utilizan en forma negativa.

Recordé a un reconocido actor, con más de 50 años de trayectoria artística en cine, teatro y televisión, al que un día le preguntaron si le gustaría morir en un escenario, como muchos otros actores lo han dicho, y él, con una gran sonrisa dijo: “¡Ni lo mande Dios!, ¡claro que no! No pienso en la muerte porque tengo muchas cosas que hacer todavía y dentro de mis planes no está morir de una forma tan grotesca delante de tanta gente. Ha de ser algo espantoso estar tirado ahí cuando la gente pagó un boleto para ver un espectáculo y no precisamente tu muerte”. Y agregó, “cuando la muerte llegue, será en el momento que deba de llegar”.

Hace tiempo en mi querido Monterrey apareció una nota periodística respecto a un joven llamado Carlos Javier que amaba el mundo del motociclismo. “Su afición era desde los 14 años”, dijo su padre. “Él un día dijo: ‘Si me muero, quisiera morirme arriba de mi moto. Y se le cumplió a mi hijo’”.

El joven de 25 años perdió la vida durante la madrugada, al impactar su motocicleta contra la base de un señalamiento vial. Cualquiera podría adjudicar lo anterior a una lamentable casualidad, lo cual puede ser verdad, pero ese tipo de casualidades las escucho con frecuencia.

Hace 12 años conocí a un matrimonio de 57 años de casados. Una relación admirable por el gran amor y respeto que se profesaban. Ella siempre hablaba de él con ternura y admiración; no desaprovechaba ninguna ocasión para hablar de lo bueno que era su esposo y lo mucho que agradecía a la vida por haberlo puesto en su camino. Él, por su parte, siempre la hacía sentir amada; jamás dejó de ser caballeroso y atento. Siempre al pendiente de lo que necesitara.

Quienes los conocimos, siempre admiramos los detalles que los unían. Un día él dijo que jamás podría soportar la muerte de su amada esposa; que estaba seguro de que si algo le sucedía, su corazón no lo soportaría. La bella señora murió de un infarto y el día del sepelio murió él.

Por supuesto que la mente es como una lámpara maravillosa que siempre está dispuesta a servirte y concederte lo que más deseas. No tenía la certeza de que la mente trabajara tan eficientemente al darme lo que pienso o deseo, pero en mis tiempos de estudiante aprendí una gran lección: cuando expresaba muy entusiasmado a mis amigos mi deseo de entrar a la facultad de Medicina, muchos me decían: “Te aseguro que batallarás horrores con Anatomía. ¡Esa materia es un filtro! La reprueban todos, no te vayas a deprimir cuando suceda”. Entré a la facultad recordando con temor tan terrible predicción. Desde los primeros días de clases de esa materia estaba tan convencido que iba a reprobarla ¿y qué sucedió? ¡Obvio! ¡Concedido! Mi convicción me llevó irremediablemente a esa situación. Reprobé la materia en dos ocasiones. Lo más increíble es que durante el examen me bloqueaba de una manera difícil de explicar. Simplemente olvidaba las respuestas que estaba seguro que sabía.

Las palabras tienen una fuerza poderosa y las podemos elegir constructivamente a través de frases de aliento, o destructivamente utilizando frases negativas. Pueden sanar, dañar, motivar o destruir.

Me gusta la comparación que hace el Dr. Joseph Murphy, miembro del centro de investigación Andhra de la Universidad de la India, por la unión que hace de las palabras con la mente consciente y subconsciente:

La mente consciente es como el capitán que dirige su barco, dando órdenes a los hombres al cuidado de las máquinas y a los encargados de controlar los instrumentos para el buen funcionamiento del barco. Los técnicos y servidores situados en la sala de máquinas siguen las órdenes de su capitán sin saber por dónde van. Llegarían a estrellarse contra las rocas si el capitán diera órdenes erróneas. Los miembros de la tripulación no le discuten al capitán, se limitan a cumplir las órdenes. El capitán es el líder de su nave, todo se acata sin rechistar.

La mente consciente es el capitán de tu barco, es decir, de tu cuerpo y de todos tus problemas, asuntos y conflictos. Tu mente subconsciente recibe las órdenes y tu mente consciente las cree y acepta como verdaderas. Cuando te dices repetidamente: “no lo puedo comprar”, “no puedo hacer ese viaje” o “jamás me curaré”, tu mente subconsciente seguirá esas órdenes, permitiéndote hacer tu vida aunque te falten todas esas cosas.

Tu mente subconsciente trabaja 24 horas al día haciendo provisiones en su beneficio, derramando, acumulando, depositando el fruto de tu pensamiento cotidiano.

Cuidado con las palabras que conscientemente decimos, porque se convierten en órdenes para el subconsciente.

 

¡Ánimo!

Hasta la próxima.

 

 

Dr. César Lozano

Conferencista internacional y conductor de radio y televisión

Pag. web: www.cesarlozano.com

Facebook: www.facebook.com/doctorcesarlozano

Twitter: @drcesarlozano

Instagram: drcesarlozano

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