29 marzo, 2024

Esa contundente respuesta la escuché en la voz clara de una persona de apenas 85 años. Y todavía agregó: “Viejo el aire y todavía sopla”.

Es un hombre lleno de vitalidad, que pone gran entusiasmo en su plática, la cual adorna con frecuentes y sonoras carcajadas.

¿Quién dijo que la edad se representa en los años vividos? Nada de eso. Los días, los meses y los años han sido solamente una forma inventada por el hombre para indicar el cambio del anochecer al amanecer en nuestra vida y por consecuencia contar un día más vivido.

Sin embargo, esa no debe ser la forma de medir el curso de la vida y la vejez de una persona; yo conozco –y ustedes también– a muchos jóvenes con actitudes de viejos y también a muchos viejos que ostentan orgullosamente su jovial actitud.

Veo a muchachos que tienen toda la vida por delante y no obstante viven en un continuo fastidio; hartos de todo, sin ganas de nada, sin ambición alguna, sin metas, sin un horizonte fijo. Esos sí están viejos ya sin darse cuenta.

Hay hombres en edad productiva que esperan impacientes el fin de semana y añoran ser jubilados sin más objetivo que el de “ya no hacer nada, solo descansar, pasar horas, días, meses y el paso de los años en un constante aburrimiento”. Eso es ir aceptando la vejez, sentirla, aparentarla y hasta contagiarla.

¿Cómo se mide la vejez? Se me hace injusto medirla simplemente en forma cronológica o por la cifra de los años acumulados. Prefiero medirla a través de otros parámetros y estoy seguro que ustedes estarán de acuerdo conmigo:

  1. Perder la capacidad de asombro. Sí, cuando se pierde esa facilidad de asombrarnos ante las cosas más simples de la vida y que generalmente son las más significativas e importantes. Son las que se añoran cuando nos encontramos postrados en una cama por algún malestar o enfermedad: un amanecer, un bello atardecer entre nubes de oro, la sonrisa angelical de un niño, la suavidad y el color de las flores, el canto del viento, el murmullo de las aguas de un río o una fuente, el brillo de la luna y las cosas simples de la naturaleza.

Qué tristes se ven las personas que pierden esa capacidad que se nos da con la vida, y dejan que la rutina y el hastío se apoderen de su voluntad y se vuelven incapaces de apreciar esos milagros.

Ya no los asombra la importancia de apreciar a la gente que los rodea, de poder expresar amor y querer recibir amor, de expresar amistad. Eso es vejez de sentimientos.

  1. Perder el entusiasmo. La palabra entusiasmo viene del latín enthusiasmus, que quiere decir con dios dentro, o sea que cuando actuamos con entusiasmo, dios está en nosotros. El entusiasmo es esa chispa que algunas personas manifiestan en todo lo que hacen; es la forma inesperada y positiva de reaccionar ante lo inesperado; es ese impulso que nos mueve a que hagamos que las cosas sucedan; es el ingrediente que da fuerza a la palabra y vida a nuestras acciones. Si perdemos el entusiasmo damos cabida a la vejez en nuestras acciones.

Si no sabemos lo que queremos o adónde vamos, es difícil actuar con entusiasmo: necesitamos saber qué buscamos, qué necesitamos, qué deseamos que suceda. Viejos son quienes con pocos años y vida saludable padecen flojera crónica: son aburridos para actuar y para hablar, con solo verlos nos provocan somnolencia. Como tratando de redimirse por su falta de acción y entusiasmo, exclaman tajantes un “así soy y punto”.

Si se pierde el entusiasmo por la vida se produce en muchos casos una separación entre “el aburrido” y la gente que lo ama; se asoma la apatía y el desaliento en todas sus acciones, se pierden las ganas de reír, de jugar, de rodearse de gente entusiasta, acaba por sentirse viejo.

  1. No tener sueños o metas. El escritor suizo John Knittel dijo: “Se es viejo cuando se siente más alegría por el pasado que por el futuro”.

Cuando se pierde un “para qué” y un “por qué”, cuando se esfuma el deseo de tener algo y un alguien por quién vivir, cuando no sentimos el deseo de lograr un anhelo o terminar los proyectos inconclusos en nuestra vida, cuando no hemos trazado una meta que nos brinde nuevas experiencias y aprendizajes, cuando dejemos pasar de lado las oportunidades de adquirir alguna destreza que ayude a mejorar nuestra condición y hayamos perdido la brújula que nos ayude a orientarnos en el trayecto de nuestra vida hacia puerto seguro, eso es sentir vejez.

De nada servirá mantener con excusas la inacción de nuestro proyecto de vida, la falta de metas y los pretextos para no aceptar el compromiso de cumplirlas. Esconder la falta de acción en razonamientos como “¿quién me asegura que estaré vivo?” o “quién sabe cómo esté para entonces, o si esté” para fijar metas y compromisos, es vejez mental, y la mente y el subconsciente influyen mucho en nuestra forma de ser. La mente debe usarse en pensamientos positivos, porque lo que no se usa se atrofia, pierde su funcionalidad.

Estudios relacionados con el Alzheimer demuestran que la enfermedad puede estar latente sin ocasionar signos o síntomas de olvido, pero cuando la mente se deja de usar, el mal puede desarrollarse. Quizá alguien que tenga ese mal ni lo sepa porque se mantiene activo.

En resumidas cuentas la vejez no es cuestión de años: es actitud. Por eso lo importante es vivir, no solo estar. Denle sentido a su vida, pónganla en acción, nunca pierdan la capacidad de asombro por las cosas simples de la vida, porque son las cosas que nos da Dios todos los días para hacernos felices. Vivan siempre con entusiasmo, porque es el mejor contagio que podemos proporcionar a nuestros semejantes para alegrarles la vida. Tengan siempre un proyecto, una meta, una ilusión, ¡vivan para algo, para alguien!

Eviten la vejez prematura, eviten la vejez al grado de nunca sentirla, desechen las actitudes derrotistas y negativas y sentirán siempre la jovialidad del alma, porque el alma nunca envejece. Recuerden las palabras de Henri Fréderic: “No olviden que saber envejecer es la obra maestra de la vida, y una de las cosas más difíciles del gran arte de vivir”.

¡Hasta la próxima!

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