La adulación lo alimenta: el aplauso, el grito, la educación, la veneración a su persona. Éste es Morrissey, un hombre al que se le ha otorgado una divinidad que lo mantiene vivo en los escenarios y grabando discos que, pueden ya no gustarle mucho a la gente, pero sirven mucho para crecer su figura mesiánica.
Se pudo comprobar en Ciudad Imagen, ayer. The Mozziah llegó, como se define en su Autobiografía, introvertido. La mirada clavada en su camino. Sin voltear a ver a la gente, que lo miraba atónita. Caminaba lento, no llevaba prisa ni le molestaba ser imagen milagrosa. Disfrutaba la alabanza del silencio, de camino a su camerino.
La cámara disparaba y él no tenía objeción, ni se tapaba el rostro; tampoco apuraba el paso. Su guardaespaldas, sin recurrir a la violencia, dejó en claro con su corpulencia que iba a ser una mala idea que se siguiera retratando a su patrón o se le acercaran para alguna foto o autógrafo.
Los 58 años ya se reflejan en su rostro. Las arrugas lo delatan y sus canas le otorgan el grado de veterano. Cinco años como voz de The Smiths, de 1982 al 87; 30 años como solista y creador de letras inmortales como Everyday is like sunday y You have killed me; feroz detractor de la monarquía, acérrimo crítico de Margaret Thatcher, defensor de los derechos de los animales y, por consecuencia, vegano.
Arribó a las instalaciones a las 9:45 de la mañana. Pasó 15 minutos en su camerino. Solo. Sus músicos descansaban en otro, vestidos con el mismo conjunto azul que visten en el clip de Jacky’s only happy when she’s up on the stage —quienes después fungieron como bailarines—, de su más reciente disco Low in High School, que más tarde interpretaría en playback.
Los seguidores saben que no es tan fan de las entrevistas. Sacarlo de contexto es el peor error de un medio de comunicación y le ha sucedido. Usarlo como foco controversial, es otra cosa que aborrece. La última charla que dio fue para el medio alemán Der Spiegel, el año pasado, para defender a Kevin Spacey de las acusaciones de abuso y decir que está en contra de los inmigrantes.
No le causó gracia la cantidad de críticas que le llovieron y prometió ya no dar declaraciones por escrito. Fue natural que se tratara de la primera condición para aparecer en Sale el Sol.
Moz apareció en el estudio exactamente a las 10:00 hrs. Muy tranquilo. Caminando hacia el escenario, con la intención de platicar con sus músicos previo a su actuación. Tuvo que esperar un momento, se le pidió pasar a un sillón y muy tranquilo aceptó. Siguió hablando con su séquito. De pronto los floor managers y el staff se acercaron a saludarlo y él, muy gustoso, estrechó sus manos. Ninguna grosería hizo el británico, sólo estuvo en su papel de hombre tímido y se dejó querer.
Realizó una prueba de sonido para estar listo y dio el visto bueno. Durante cuatro minutos y 20 segundos, Morrissey se adueñó de las miradas dentro y fuera del estudio; de las televisiones y de las cámaras del set. No se podía sacar fotografías por indicaciones de su mánager, pero hubo un momento en el que autorizaron. Había que alimentar más a Moz.
En ese breve periodo, el británico se olvidó de todo a su alrededor. La cámara era suya y nadie más existía en ese momento. Se dejó querer completamente y, como dice el nuevo sencillo que interpretó, él es feliz cuando sube al escenario.
Terminó con un “gracias” en español, y la adulación lo hizo sonreír. Parecía que diría más, que tomaría el micrófono para decir más, pero prefirió seguir recibiendo el aplauso de la gente y el griterío. En ese momento que el mundo estaba a
sus pies, sonrió.
Se retiró, escoltado por su gente, y así acabaron los 45 minutos de la historia de Morrissey en Ciudad Imagen, elegantemente informal con su corbata mal puesta, camisa desabotonada, saco, pantalón y mocasines, emprendió el paso y se retiró a descansar. Mañana toca el turno del Vive Latino.