21 noviembre, 2024

Qué ironías tiene la vida. De pronto nos enseña que tarde o temprano todos necesitamos unos de otros. Si en un momento determinado fuimos atendidos o recibimos un favor de alguien, puede ser que en el futuro necesitemos devolver ese servicio o esa atención a la misma o a otra persona. La rueda de la vida siempre está girando y se puede dar el caso de que quienes fueron mis empleados se conviertan en mis jefes o que ahora dependa yo de quienes antes dependían de mí. Eso es parte de la vida y por eso es bueno recordar que cosechamos lo que sembramos, que arrieros somos y en el camino andamos.

Hago este comentario por la gran cantidad de personas que perdieron un trabajo que parecía ser estable, bien remunerado, y que ahora, a raíz de la crisis, ya no lo tienen. Obviamente quienes han demostrado su capacidad laboral y su sensibilidad en el trato con lo demás tendrán más oportunidades de encontrar otro empleo.

Nadie quiere incluir en su personal de trabajo a quienes tienen el antecedente de ser conflictivos y complicados en su forma de ser: a quienes se les dificulta el trabajo en equipo y han demostrado poca tolerancia y respeto por los demás. El poder puede corromper a quien lo ejerce. Quien tiene gente a su cargo y toma las decisiones puede caer en la soberbia, el despotismo y la falta de humildad. Cuidado con ser víctimas de ese pecado capital.

Hace poco tiempo, después de impartir una conferencia en un teatro de la ciudad de Torreón, platiqué con una de las personas que trabaja como ingeniero de audio. Me comentó en nuestra charla del carácter iracundo e inaccesible de ciertos actores que habían pisado ese escenario. Son personajes –me dijo– que en la pantalla transmiten una maravillosa sonrisa y agradecen continuamente al público por su apoyo y preferencia, pero que detrás del telón, ya sin reflectores, son todo lo contrario. Son personas déspotas, irritables e intolerantes. Han olvidado que se deben al público; que la vida tiene altas y bajas y que de un día para otro pueden perder la fama de que ahora gozan. Me abstengo de mencionar sus nombres, aunque sé que quisieras saber de quién se trata, como me sucedió a mí. De que los hay, los hay.

Me platicaba ese ingeniero que ha conocido también el lado contrario de la moneda. Artistas consagrados que gozan de gran popularidad y cariño de la gente y que en su vida diaria, fuera de los escenarios, mantienen la humildad con la que iniciaron su carrera hace muchos años. Entre ellos mencionó a Silvia Pinal, una mujer que durante décadas ha demostrado su amor al trabajo y una gran sensibilidad para tratar amablemente a quienes se le acercan, que imagino que son muchos y a cada momento. Es increíble cómo, no obstante el asedio que ha de sufrir, procura mostrar una actitud afable. Claro que tendrá sus momentos de desesperación, pero la reputación de aparecer como una persona estimable se forja con base en el esfuerzo y la constancia.

Recuerdo una anécdota que leí acerca de Charles Chaplin, el cómico más famoso del mundo, quien dejó un legado artístico difícil de imitar y superar.

Siendo ya famoso, iba con su esposa visitando como turista varias ciudades de los Estados Unidos. Llegó a un pueblito y en la entrada de un teatro leyó un anuncio que decía: “Hoy gran concurso. ¡Participa en búsqueda del doble de Charles Chaplin!”. Al ver aquello la esposa voltea a verlo, él sonríe y ¿qué creen que hizo? ¡Se inscribió! Al igual que otros 30 hombres más. ¿Y adivinen qué pasó? ¡No ganó! Quedó en segundo lugar.

¿Qué actitud creen que tomó Charles Chaplin? Recibió su premio, fue hacia los jueces y agradeció que le hubieran permitido participar. Se dirigió al ganador y con gran humildad le dijo: “Lo hizo usted muy bien señor. Me gustó mucho su actuación”. “¿Usted cree?” –respondió el afortunado–.“¡Claro que sí! ¡Lo hizo usted mucho mejor que el mismísimo Charles Chaplin!”. Se despidió amablemente y se fue. Nunca dijo quién era él.

Esto muestra una faceta que probablemente no conocíamos de este grande: su humildad ante una situación que pudiera haberse prestado para demostrar la ineptitud de los jueces, o el orgullo de Chaplin al aclarar públicamente que él era el verdadero.

Esto mismo se aplica en todas las áreas de nuestra vida. No sabemos qué nos depare el futuro y por eso es bueno tener los pies muy firmes en la tierra y evitar que por el poder o la fama que en un momento disfrutemos, la soberbia se apodere de nosotros. El mundo es muy pequeño y cuando lo pensamos puede ponernos frente a frente con quienes les debemos o hicimos un favor, y dependerá de la humildad y sensibilidad que tuvimos en aquel momento, que ese encuentro nos sea agradable y positivo.

Que nos critiquen de estrictos y disciplinados. Que digan que somos sumamente puntuales y ordenados. Que piensen que somos demasiado exigentes, pero que nunca digan que somos déspotas, prepotentes, altaneros y sangrones.

Duele ver a personas que gozaban de poder y popularidad en puestos claves y que ahora buscan con desesperación un trabajo digno para cubrir las necesidades básicas de su familia. Valoran y añoran su trabajo anterior y desean una oportunidad para demostrar su capacidad.

La crisis nos está obligando a producir más y con mejor calidad, a tratar mejor al cliente para ganar su preferencia, a dar un valor agregado que haga la diferencia entre un servicio normal y uno excelente. Nos obliga también la crisis a ser más humildes de corazón, a evitar sembrar enemistades y dejar clientes insatisfechos.

Siembra lo que desees cosechar en el futuro. Que tu presencia en cualquier parte sea motivo de crecimiento, paz y armonía. Vive la vida intensamente y de tal forma que quienes tengan la fortuna de tratarte deseen seguir haciéndolo, y que la imagen que cultivaste sea motivo de orgullo y satisfacción para ti y los tuyos.

 

¡Animo!

Hasta la próxima

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