La mayoría de las personas que saben que van a morir necesitan hablar sobre ese momento que se acerca inexorablemente y que les causa tanto miedo. Entonces es necesario saber escucharlos con una atención total y absoluta, con cada célula de nuestro cuerpo, porque solo así lograremos sentir lo que la persona nos quiere transmitir. No es necesario pensar qué vamos a decir, pues cuando escuchamos con el alma hablamos con sabiduría, nuestras ideas nacen de ese lugar donde no hay juicios de valor, opiniones ni conceptos. A menudo ellos no hablan de su miedo a morir porque no quieren preocupar a sus familiares, de ahí que es de suma importancia tener momentos de silencio y quietud cuando estamos a solas con ellos. Es aconsejable preguntarles si tienen algún miedo en particular y alentarlos a que hablen sobre el tema. No es poner el dedo en la llaga ni ser políticamente incorrectos: es un acto de compasión y de amor vencer nuestro propio miedo para permitir que ellos nos abran su corazón y lo descarguen en nosotros. Podemos incluso facilitar esa apertura tomando su mano o abrazándolos y preguntándoles si tienen miedo.
Cuando mi madre recibió la noticia de que tenía cáncer terminal, a la mañana siguiente me recibió con una sonrisa como si ella y su médico hubieran estado hablando del clima. Afortunadamente su enfermera me contó que después de que el médico se fue, mi madre le había pedido que cerrara la puerta y no permitiera la entrada a nadie. “Necesito llorar esta noche, pues necesito estar fuerte para mis hijos mañana. Así que por favor cierre la puerta y déjeme sola”, le había dicho.
Y efectivamente, al otro día ella misma nos contó lo que había hablado con su médico y después se puso a darnos valor a todos, a decirnos que la muerte era lo más natural, etc., etc. Hizo lo que todas las madres: ser fuerte para sus seres queridos, cuando la que necesitaba toda nuestra fortaleza y apoyo era ella.
Un día después fui a verla por la noche cuando estaba sola y le dije: “Mami, me imagino que tienes muchas cosas en el pecho que quieres expresar. ¿Quieres hacerlo conmigo?”. La miré a los ojos con todo el amor que sentía por ella y guardé silencio. A partir de ese día fue desnudando su alma ante mí en un abanico de emociones desplegadas sin miedo, sin rebusques, totalmente auténticas y humanas. Me concedió el privilegio de acompañarla hasta lo más profundo de su ser, a visitar emociones viejas y descubrir algunas nuevas. Vi a mi madre en toda la sencillez y todo el esplendor de un ser humano, y no tuve que hacer absolutamente nada más que escucharla.
Ya sea que nuestro ser amado acepte o no que va a morir, el mejor regalo que podemos hacerles es acompañarles en un estado total de presencia, sin ansiedad, sin miedo, aquietando nuestras emociones para que ellos puedan hacer lo mismo.
Om Shanti.