Por Carlos A. Rodríguez / Fotos: Internet
Cuando se habla de música clásica contemporánea, varios compositores y músicos salen a relucir, sin embargo, al hablar de sentimientos y emociones con tintes trágicos, como lo es el romanticismo, hay un referente indudable de este movimiento. Desde Rusia para el mundo entero, una figura rodeada de lujo y misterio, reconocido por su alto talento y reprimido por la homosexualidad que era vista como una aberración en su época: Tchaikovsky.
Inicio
Pyotr Ilyich Tchaikovsky es considerado el compositor ruso más popular de la historia. Nació el 7 de mayo de 1840 en Votkinsk, región de Vyatka, Rusia. Su música siempre ha seducido al público en general gracias al encanto de sus melodías, sus impresionantes armonías y su colorida orquestación, todo lo cual provoca una profunda respuesta emocional a su obra.
Fue el segundo de seis hijos (cinco hermanos y una hermana). Su padre, Ilya Tchaikovsky, era un ejecutivo de una compañía minera. Su madre, llamada Aleksandra Assier, era de ascendencia rusa y francesa. Tchaikovsky empezó a tocar el piano a la edad de 5 años. Era un niño sensible y emocional, y quedó profundamente traumatizado por la muerte de su madre de cólera, en 1854.
Sus primeras obras
Entre 1862 y 1865 estudió música bajo la tutela de Anton Rubinstein en el Conservatorio de San Petersburgo. Entre 1866 y 1878 fue profesor de teoría y armonía en el Conservatorio de Moscú. En ese momento se encontró con Franz Liszt y Hector Berlioz, quienes visitaron Rusia con giras de conciertos. Durante ese período, Tchaikovsky escribió su primer ballet El Lago de los Cisnes, la ópera Eugene Onegin, cuatro Sinfonías y el brillante Concierto para piano n° 1.
De todas ellas, la más conocida es su primer gran ballet, El lago de los cisnes (1877). Pese al escaso éxito de su estreno, la romántica y mágica historia de amor entre Sigfrido y Odette, princesa transformada en cisne, es actualmente una de las piezas prominentes del repertorio, con números tan célebres como el Vals del acto primero, la Introducción del segundo o las danzas características del tercero.
Homosexualidad
En el entorno artístico de aquel tiempo donde audaces producciones espirituales cobraron vida en escritores y músicos como Tolstói, Dostoyevski, Mozart, Rossini, Bellini, Donizetti, Chopin, Strauss, Liszt, Wagner, Schumann; se despertaron en Tchaikovsky sentimientos como la melancolía y la tristeza que mordían su alma y que apaciguaba con la inspiración y creación de obras musicales que convocaban su pasión y razón de ser. Componía, y ello constituyó su secreto.
En la época que se gradúa en Derecho a los diecinueve años, Tchaikovsky se vio de cara con su elección homosexual, que se constituyó en un nuevo conflicto en su espíritu. El sentimiento de culpa derivado de dicha elección intenta apaciguarlo con viajes interminables en 1861 a Moscú, Tiflis, París, Londres, Berlín, Nueva York, Viena; peregrinaje cuyo propósito significaba huir de sí mismo.
Durante varios años, el compositor sufrió en silencio, lidiando con el chismorreo que giraba a su alrededor en el Conservatorio de Moscú, donde daba cátedra. En 1877 llegó la coartada perfecta que tanto anhelaba, el dieciocho de julio de 1877 Tchaikovsky y Antonina contraen matrimonio en la iglesia de San Jorge de la Malaya Nikitskaya. Meses después, le dice adiós a Antonina, abandonando Moscú.
Fama y muerte
El éxito de su gira por Europa y América era más íntegro que lo conocido hasta el momento, la gloria alcanzada lo obligaba a ocultar más sus secretos. Al regresar de América en 1891 la fama y el reconocimiento mundial de Tchaikovsky se incrementaron a tal punto que la familia imperial, además de consagrarlo ‘músico nacional’ le otorgó pensión vitalicia, al tiempo que se le solicitó llevar a escena la Bella durmiente del bosque, leyenda que, junto al Lago de los cisnes, reafirmó su maestría en el ballet.
Se desató el cólera en San Petersburgo, y casi de inmediato cayó enfermo de gravedad. Se había repetido la situación que cuarenta años atrás padeciera su madre, esta vez en su persona. Entró en coma y en pocos días la muerte finalizó su trabajo, un seis de noviembre de 1893.
La muerte recordó a Tchaikovsky, igual que a su madre, la deuda simbólica que todo ser humano tiene con la naturaleza, la transitoriedad que le es propia al ser; no obstante, la arena del tiempo ha reconocido que bajo el influjo del ‘niño de cristal’, Rusia se convirtió en gran potencia del ballet clásico.