24 noviembre, 2024

Por Carlos A. Rodríguez

El tiempo ha otorgado grandes sucesos en la historia de la humanidad, algunos son gratos, otros no tanto, y esta historia es una de estas últimas. Sin embargo, los momentos más emblemáticos son aquellos que nacen atravesando la oscuridad.
Ana Frank es un ejemplo de vida, de supervivencia y tenacidad, donde la capacidad de soñar, a pesar de terribles amenazas, es un atributo inherente en los niños. Su vida es conocida por millones de personas gracias a su diario, regalo que recibió al cumplir trece. El relato es intimista y realista, por esta razón impacta de manera profunda en las mentes y sentimiento de quien lee o indaga en su historia; no es extraño que la Unesco lo haya declarado Memoria del Mundo.

La invasión Nazi

Anne Marie Frank, mejor conocida con el nombre de Ana Frank, fue hija de una familia germana de origen judío, nació en Frankfurt, Alemania, en 1929, se trasladó con los suyos a los Países Bajos con la llegada de Hitler al poder en 1933. Ana se adaptó rápidamente y se sintió como en casa. Aprendió el idioma, encontró amigas y fue a una escuela holandesa en el vecindario. Su padre trabajó arduamente en la compañía, pero no le fue fácil comenzar una nueva vida.
Los nazis fueron avanzando lentamente cada vez más. Los judíos debieron usar una estrella de David y hubo rumores que todos los judíos deberán abandonar los Países Bajos. Cuando Margot (su hermana mayor) recibió un aviso el 5 de julio de 1942 para presentarse a trabajar en la Alemania nazi, sus padres desconfiaron. No creyeron que se tratará de trabajo y decidieron esconderse al día siguiente. Durante la Segunda Guerra Mundial, después de la invasión alemana a Holanda, y de padecer las primeras consecuencias de las leyes antisemitas, Anna y su familia consiguieron esconderse en unas habitaciones traseras, abandonadas y aisladas de un edificio de oficinas de Ámsterdam. Pasan a la clandestinidad para escapar de la persecución, donde permanecieron ocultos desde 1942 hasta 1944, cuando fueron descubiertos por la Gestapo.

El diario

En el escondite había muy pocas cosas que hacer, por lo que se sumergió en su diario. Primero, como desahogo con una amiga, pero poco a poco desarrolló un estilo propio, descubriendo cualidades literarias: “Nunca creeré que los poderosos, los políticos y los capitalistas sean los únicos responsables de la guerra. No, el hombre común y corriente, también se alegra de hacerla. Si así no fuera, hace tiempo que los pueblos se habrían rebelado.”
Ana cuenta la vida en aquellos pocos metros cuadrados del refugio en que la convivencia de ocho personas, arrancadas de la vida normal, planteaba tantos y tan delicados problemas. Narra el desarrollo de la existencia cotidiana con tal sencillez, fuerza y verdad, que ello constituye la verdadera esencia de esas páginas. Alejada de sus contemporáneos y de los intereses que sonreían a su juventud, pero también, aunque a la fuerza, de la barbarie del momento, la autora y protagonista mira y juzga las cosas con una naturalidad que subyuga y cautiva.

El legado

La imaginación y las ganas de vivir son el mayor legado de Ana; el sentimiento plasmado a través de las páginas del diario que le fue regalado en su décimo tercer cumpleaños. Otto Frank no dudo en cumplir el sueño de su hija y publicó aquellas hojas escritas en la habitación de atrás, el escondite que sirvió para avivar y madurar la mente de una niña que la historia siempre recordará como un símbolo de esperanza.
El Diario de Ana Frank, publicado en 1947 siempre será un referente a la inocencia, a la niña que con los estragos de la guerra, se convirtió en una columna para las personas que vivían con ella en ese espacio tan reducido por dos años. Su paso por la Tierra fue corto, pero su legado jamás será olvidado.

Un final que no es feliz
El 4 de agosto de 1944, la familia de Ana fue delatada y conducida al campo de concentración de Auschwitz. Las mujeres y las niñas fueron separadas de Otto (el padre de Ana), quien terminaría por ser el único familiar superviviente. Ana y su hermana Margot murieron de tifus en marzo de 1945, pocas semanas antes de la liberación del campo.

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