18 abril, 2024

Quiero iniciar mi artículo de hoy con un bello mensaje que, cuando lo leí, cambió mi forma de ver la vida, y espero que logre también influir en la tuya. Este relato se titula “La mariposa azul”.

“Un hombre viudo vivía en compañía de sus dos hijas, tan inteligentes como curiosas, que constantemente atosigaban a su padre con preguntas de todo tipo, algunas por el deseo de saber más o salir de alguna duda; otras simplemente por poner a prueba la sabiduría de aquel hombre que las escuchaba siempre con atención, aunque no siempre sabía la respuesta.

Como la intención de él era dar a sus hijas la mejor educación, las mandó de vacaciones a la casa de un sabio a quien conocía y pasaba su tiempo meditando en su casa, situada entre los pinares de una montaña.

Aquel hombre las recibió con gusto en su morada y las atendía con bondad y paciencia hablándoles de las cosas buenas de la vida y colmándolas de sabias enseñanzas. Por su parte, las niñas lo asaltaban con preguntas de toda índole, las mismas que el hombre respondía con certeza y serenidad.

Impacientes porque no lograban obtener del sabio duda alguna o falla en sus repuestas, decidieron inventar una pregunta capciosa que comprometiera al hombre a emitir una respuesta que por la misma naturaleza de la pregunta, daría lugar a que fuera equivocada.

‘¿Qué vas a hacer?’, preguntó la menor de ellas a la otra. ‘Voy a esconder esta mariposa azul entre mis manos y le voy a preguntar al hombre si la mariposa está viva o está muerta. Si me responde que está muerta, abriré mis manos y la dejaré volar. Si me dice que está viva, la aplastaré entre mis dedos y se la mostraré muerta. Cualquiera que sea su respuesta, ¡estará equivocado!’.

Fueron entonces las dos muchachitas al encuentro del sabio, quien dejó por un momento su meditación para atenderlas. ‘Señor –inquirió la niña mayor– , tengo aquí entre mis manos una mariposa; es una mariposa azul, muy bonita. Dígame usted, que todo lo sabe, ¿está viva o está muerta?’ Desde luego que la pregunta no era con el fin de aprender algo, que al final sucedió, sino con el afán de molestar y poner en ridículo al sabio.

El hombre las miró con complacencia y serenidad en su rostro esbozando una leve sonrisa y le contestó a la niña:

‘Depende de ti. Tú la tienes en tus manos’”.

Esta breve historia me hizo pensar y confirmar la razón de que un elevado porcentaje de lo que nos ocurre en la vida depende exclusivamente de nosotros mismos, de la forma de afrontarlo y resolverlo.

Por costumbre tendemos a culpar a las demás personas de nuestras desgracias o malas experiencias, cuando corresponde a nosotros mismos tomar la iniciativa y aceptar la responsabilidad de nuestros actos para encontrar una solución.

Antes que buscar culpables o causantes de nuestro infortunio, debemos asumir que en lo que nos sucede nosotros tuvimos algo que ver o lo ocasionamos por nuestro propio comportamiento, en vez de buscar la redención de nuestras faltas achacándolas a los demás.

De nosotros depende que nuestra vida transcurra en un cielo de felicidad o se hunda en un infierno de reproches y acusaciones a diestra y siniestra por lo que nos sucede, en lugar de poner en juicio nuestros actos.

Admiramos, eso sí, a quienes vemos cómo han salido fortalecidos de las adversidades al grado de bendecir el momento que las ocasionó, porque de ellas obtuvieron algún aprendizaje, alguna experiencia que benefició sus vidas.

Por eso disfrutar de una vida sana, alegre y optimista, depende de ti.

Depende de ti que tu cuerpo y tu mente se conserven saludables y que si por alguna razón enferman, encamines tus esfuerzos a volverlos a su estado ideal: plenos de salud.

Es muy común, por ejemplo, que tengamos más cuidados para nuestro automóvil que para nuestro cuerpo. Al primero le cambiamos el aceite regularmente, lo sometemos a la afinación de su motor, le revisamos las llantas y le prodigamos todo tipo de atenciones. Al segundo poco caso le hacemos y, por el contrario, lo hacemos resumidero de todo tipo de malos hábitos: lo malalimentamos, lo intoxicamos, lo sobrecargamos, le quitamos horas de descanso y, por si fuera poco, jamás lo ejercitamos; dejamos que el tiempo lo oxide poco a poco y se convierta en un saco de malestares y achaques.

Depende de ti la actitud con la que debes cuidar el gran tesoro que Dios te da día con día: tu salud.

Depende de ti escoger tus amistades. Rodearte de personas que te ayuden a crecer moral y físicamente, o seguir a quienes te señalan rutas de fracaso. “Dime con quién andas y te diré quien eres”.

Depende de ti cultivar tu mente con nuevos y buenos conocimientos; con buenos hábitos como el de la lectura, que nutren tu mente con vidas ejemplares, con historias, con la descripción de otros lugares, con sabiduría.

Depende de ti alimentar tu espíritu con el conocimiento y el acercamiento a Dios, porque deseas sentirlo, pero no lo buscas. Ya ves que somos negativos para aceptar los milagros, pero no reparamos en que nuestra propia existencia es un milagro.

Depende de ti no dejar escapar tu capacidad de asombro ante las cosas bellas y simples de la vida ¡Qué maravillosos son los amaneceres! ¡Qué bella es la Luna! ¡Qué hermosas son las flores! No importa que veas todo eso durante todos los días de tu vida, ¡nunca serán iguales porque Dios lo dibuja día a día en forma diferente y siempre serán cosas divinas!

Depende de ti que tu vida sea una constante celebración, que desde ahora, en estos primeros días del año, pongas los cimientos fuertes para que tu vida se construya con entusiasmo, con salud, con éxito, con alegría, con amor, con todas las cosas buenas de la existencia. Lograr todo eso, ni duda tengas, depende de ti.

¡Ánimo!

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