21 noviembre, 2024

Al hablar de inclusión se deben romper paradigmas en muchos sentidos. La educación, en un principio, fue pensada como instrumento de cambio y afectación dentro de un determinado orden. Los griegos han dejado un legado invaluable a través de los escritos que se han divulgado a lo largo de la historia, sin embargo, ellos no promulgaron la inclusión como un baluarte, sino como una característica que el mismo maestro debía descubrir con sus propios medios, es decir, el filósofo que enseñaba en el liceo, modificaba su estrategia para que el conocimiento llegará al más apto. Parece que no, pero esto es una forma de incluir al alumno: adaptarse al cambio y a las nuevas ideas.
Como docentes y responsables de transmitir los conocimientos adquiridos, se debe actualizar la manera de enseñar en las aulas. No es mentira el dicho “La letra con sangre entra”, el significado es más que obvio, y se presume que esto quedó en el pasado, pero aún se observan ejemplos en noticieros y redes sociales de ejemplos que esto está arraigado en los profundo de la psique educativa.
Afortunadamente, muchas instituciones han adoptado nuevas formas de enseñanza. Los niños están siendo valorados desde una perspectiva más emocional y social, dejando en un plano distinto lo académico, claro, esto no quiere decir que las tablas de multiplicar, las reglas de acentuación y el nombre de las capitales de los estados no importan, sino que el niño o joven, no aprende por medio de una estrategia monótona, ya que el docente actual está armado con un arsenal de diversificación en cuanto a actividades.
La inclusión como tal, llega como un requisito para todas las escuelas, desde preescolar hasta la universidad. Nadie está excluido del conocimiento, enseñar es una ciencia, es crear nuevos métodos para generaciones con otra forma de pensamiento. No se compara una generación de 1980 a una actual, ya lo mencionó alguna vez Gastón Bachelard: “La ciencia es la estética de la inteligencia”.
Cabe destacar que la diversidad en el comportamiento y en las aptitudes de los niños y jóvenes, hace que la tarea del maestro sea aún más importante que antes, porque son formadores de personas que se les han dado herramientas para un futuro, que en muchos casos, resulta desconcertante y a la vez emocionante.
Aquí no se está hablando de igualdad, sino de incluir a todos, respetando los gustos, formas de pensar, color, nivel socio-económico, y otras barreras que contribuyen a excluir a jóvenes y niños. Comprender y orientar son verbos capaces de transformar vidas, evitando la deserción. Falta camino por andar, pero mientras se cobije a aquellos que se encuentren cerca, se estará haciendo un gran cambio para llegar a dar una educación realmente completa y modificar la perspectiva académica.

Por Carlos A. Rodríguez
profecarlos013@gmail.com

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