Todas las religiones enseñan el principio de compasión lo cual significa amar al pobre de espíritu, al pecador, al más ruin, al torcido, al más despreciable. Ese es amor incondicional, ese es el amor que salva, que redime que llena de paz interior. Y ya sea que lo sepamos o no, que lo aceptemos o no, todos llevamos dentro características de ese ser torcido, el que no queremos ver ni nosotros mismos, menos mostrarlo a los demás porque nos avergüenza, nos pone en al mismo nivel que aquellos que consideramos indignos de amor. Pero esa parte de nosotros está allí escondida, agazapada, dolida, sin la menor oportunidad de crecer y transformarse porque simplemente no queremos verla, ese es nuestro Judas Iscariote. Sin embargo esa parte nuestra es la que más necesita amor y aceptación, es nuestro reto y nuestra tarea más importante. Nuestra misión es integrarla, invitarla a convivir con nosotros para dejar de odiarla cuando se manifiesta en nosotros y en los demás. No es fácil porque vivimos desde el ego y la función del ego es engrandecerse negando nuestro lado obscure, manteniéndonos en una batalla imposible de ganar. Nuestra función en cambio, es decirle sí a nuestro Judas interno: “Te reconozco como parte de mí, te acepto y te amo”… entonces ya no hay division interna, la lucha termina. Om Shanti.
Rosy Chumacero
Compartir

Mi Judas
Por: Rosy Chumacero / Rincón del Alma Imagen: Archivo