28 abril, 2024

Hacía un calor de 37 grados centígrados a la sombra y ese día no funcionaba bien el aire acondicionado de la clínica en la que consultaba. Un compañero de guardia se la pasaba quejándose: “¡Pero qué calor hace!”; una y otra vez lo expresaba. Así estuvo toda la mañana. Me iba a llevar muestras al laboratorio y cuando regresaba a los cubículos de consulta me recibía con una cara de malestar y con la expresión de “Qué calor hace”. De pronto empezó a funcionar perfectamente el aire acondicionado de la clínica y el bienestar se hizo presente con un suspiro de alivio de todos los ahí presentes, menos de mi compañero. Al rato escuché su voz diciendo: “¡Pero qué calor hizo!”

¡Total que las quejas continuaron! Entiendo que las cosas no salgan como queremos, y es parte de nuestra vida. Querer que todo sea perfecto sin errores representa un tremendo desgaste porque por naturaleza somos seres imperfectos y los errores o fallas se harán presentes frecuentemente.

Controlar la frustración propia es un gran reto, pero más reto es ayudar a que nuestros hijos controlen sus propias frustraciones y se conviertan en personas más fuertes y sanas mentalmente.

Hace algunos años se documentaron varios estudios extraños relacionados con la capacidad de soportar las eventualidades en los niños. Varios de estos estudios, por cierto algo perversos, evidenciaron que si en edad temprana sabes controlar las adversidades, lo podrás también hacer en edad adulta.

Si entras al internet y pones en el buscador “No te comas el malvavisco todavía” encontrarás uno de estos estudios de Stanford University aplicado a cien niños de 4 años. En forma individual entraban a una habitación donde estaba una silla y una mesa. Sobre la mesa un plato con un malvavisco. Les dijeron que si esperaban 20 minutos antes de comérselo, obtendrían un segundo malvavisco y en ese momento podrían comerse los dos. Se quedan los niños solos en el salón donde se realizó el estudio en el cual había adicionalmente dos cámaras ocultas que revelaban quiénes se comieron de inmediato el malvavisco y quiénes esperaron.

Catorce años después se estudió nuevamente a los mismos niños, ahora jóvenes, que tuvieron la capacidad de esperar los 20 minutos vs. los que no esperaron. El resultado fue que quienes lograron controlar la tentación y esperaron eran más exitosos en comparación con el resto del grupo.

Otros estudios similares, igual de difíciles, fueron mantener un chocolate en la boca, pero sin comérselo; contemplar unos estupendos juguetes y seleccionar uno, sin tocarlos ni jugar con ellos. En todos la conclusión fue la misma: los niños con alta resistencia a la frustración eran mentalmente equilibrados, no solo durante la niñez, sino también durante la etapa adulta.

Y no solo eso, también eran más agradables, sociables y más abiertos a nuevas experiencias. Por lo tanto, tener tolerancia a la frustración y controlar las emociones nos permite disfrutar más de la vida y evita estar amargándonos por lo que no podemos controlar.

En otro estudio revelador se presenta una cifra que es para meditarse: las personas nos topamos diariamente con un promedio de ¡veintitrés frustraciones! –llovió precisamente el día de la fiesta al aire libre, se descompuso el auto, no funcionó la copiadora, el embotellamiento estaba precisamente en la calle que elegí…–. Pero lo más revelador es que la mayoría de estos eventos no son problemas realmente graves o relevantes. Los hacemos graves por todo lo que pensamos adicionalmente o por la emoción negativa que nos deja hacer un coraje por lo que no podemos controlar.

Dicen que en los viajes se conoce más a la gente y es precisamente porque en los viajes pasan muchas adversidades, como la que “sufrí” hace unos días al llegar a un hotel y darme cuenta que habían cancelado las habitaciones para mi personal y para mí. Once de la noche, cansados y con dos conferencias al día siguiente, y que te digan que “por error” no se hizo la reservación. O llegar a un país desconocido totalmente y que al bajarte de un taxi hayas detectado tardíamente que el chofer te cobró de más. Como dice un amigo, es bueno tener siempre dentro del presupuesto de viaje un dinero adicional para robos, pérdidas, medicamentos o accidentes; si sucede algo como esto no me amargo porque ya lo tengo previsto, si no, pues regreso con dinero adicional y punto.

El problema más grave de quejarnos una y otra vez por lo mal que nos fue, es que se convierte en un terrible hábito, que las quejas se pegan como la gripa y que se aplica igualmente la ley de la atracción. “Entre más te quejes, la vida te dará más motivos para que lo sigas haciendo”.

En ciertas circunstancias de la vida es bueno preguntarnos ¿qué prefiero, tener la razón o ser feliz?, ¿qué prefiero, amargarme o adaptarme y conformarme? No caer en los extremos de ser catalogados como conformistas… pero la vida siempre nos depara sorpresas buenas y no tan buenas. Como dice un antiguo proverbio budista: “En verano hace calor y en invierno hace frío”, lo que significa que debemos aceptar ciertas cosas y circunstancias porque son parte de nuestra vida y hay situaciones sobre las cuales podremos ejercer control. Pero tengamos cuidado de no caer en los extremos al dejarnos guiar por las bienaventuranzas y las adversidades. Hagamos lo que esté de nuestra parte: seamos amables, afables, sinceros, trabajadores, honestos y generalmente (no siempre) la vida te devolverá lo mismo.

Mi vida ha cambiado favorablemente al aceptar que las adversidades son parte de mi existir lo quiera o no, y es mi responsabilidad la forma en la que respondo ante lo inevitable.

 

¡Ánimo!

Hasta la próxima.

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